Para la Asociación de Psicología Americana (APA) la resiliencia es el proceso de adaptarse bien a la adversidad, a un trauma, tragedia, amenaza, o fuentes de tensión significativas, como problemas familiares o de relaciones personales, problemas serios de salud o situaciones estresantes del trabajo o financieras. Significa “rebotar» de una experiencia difícil, como si uno fuera una bola o un resorte.
Saavedra y Villalta (2008) sostienen que la resiliencia es un rasgo humano que se construye en la interacción social, cultivado a lo largo de la historia del sujeto, aprendido en relación a otros y susceptible de cambiar o reinterpretarse a través del habla que a su vez transforma la historia del sujeto.
Este planteamiento deja a la institución escolar en una innegable responsabilidad en la promoción de la resiliencia. Se sostiene que la mayoría de las características individuales asociadas a la resiliencia proceden de la educación y por lo tanto pueden aprenderse. Todas las personas tienen resiliencia y todas pueden promoverla en tanto son responsables de otros y pertenecen al entorno de los demás. Todo lo que contribuye a mejorar las relaciones de calidad con los demás, a comprenderles y aceptarles a pesar de las diferencias, favorece la resiliencia propia y la ajena.
Se sostiene que hay una combinación de factores que ayuda a desarrollar la resiliencia en los niños. Sin embargo, uno de los factores más importantes es tener relaciones de cariño y apoyo en el contexto familiar, en especial en los primeros años. Transmitir un sentimiento a un niño que es un sujeto digno, valioso, merecedor de afectos y atenciones, asegura un cierto nivel de relaciones constructivas ya que el sentirse aceptado por alguien significativo permite focalizar sus necesidades de afecto de forma estable y constituirse en soporte para el desarrollo de la conducta resiliente.
Área Psicología